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jueves, 16 de junio de 2011

MONOLOGO DE LAS COSAS IRREMEDIABLES.

Cali, Junio 14, 2011
En la despedida de Martha Lucia Quintero Usma
  




















"Sabe Dios que angustia te acompaño,
que dolores viejos calló tu voz"
Alfonsina y el Mar.


Martuchina:

Hoy, ya no respiras, ya no sufres,
ni te quejas, ni nos llamas.
 Se secó el llanto de tus ojos,
el cascabel de tu risa no repica,
tu corazón se canso de esperar
que se sucediera el milagro en tu vida.

Hoy se apago la llama que te daba vida;
te has ido para siempre
Martuchina hermana mía.

Más… paradójicamente estas aquí,
te quedas impregnada en todas las cosas
donde repicó tu risa.
Te quedas enredada en mi sangre y en mis huesos
y en el silencio de nuestra casa vacía.

 Te quedaste aquí, en la esperanza burlada,
en tus sueños truncos, en la oración sin respuesta,
en tu senda sin horizonte que no iba mas allá
de donde alguien quisiera empujar tu silla.
Te pasaste una vida sin perder la esperanza,
pero la esperanza se quedó corta
para darle una respuesta a tu  alma.
Ni la esperanza, ni la fe, ni la ciencia  juntas, fueron suficientes
 para concederte el milagro que esperabas; por el contrario…
 la vida te hizo el viacrucis aún más penoso y más largo.
Y con todo eso no perdiste tu sentido del humor,
ni tu generosidad ni tu capacidad de perdonar.

 Hoy, solo nos queda el remordimiento
de las cosas irremediables.

Ahora  que no estás…
sentimos la urgencia del abrazo,
la urgencia de gritar la palabra que nos callamos por años.

 El alma en su dolor no atina ni siquiera,
 a cuestionar el silencio.

Con el corazón arrugado de tristeza y de remordimiento,
como quisiera borrar la palabra hiriente que broto de mis labios;
las horas perdidas que pasabas sola en tu cama de enferma. 

Perdón por guardarme  “los te quiero”
perdón por no ofrecerte mi mano
cuando tropezaste o querías levantarte de tu  cama de enfermo.

Perdón, porque me uní a otros dedos acusadores para juzgarte.
Perdón por mi falta de entendimiento, de tolerancia y de paciencia.

Perdón por el abrazo que no te di
y por no ofrecerte mi pecho cuando lloraste.

Perdón por la palabra de aliento
que no salió de mis labios para consolarte.

 Perdón por mi silencio, mi indiferencia
y por mi terquedad para considerar tus argumentos.

Perdón por las veces que no te llamé en  tu cumpleaños
y porque pasaron días y meses y quizás años
sin dejarte saber “el te quiero” que precisabas. 

Hoy, libre al fin de sufrimiento,
tu alma reluciente, forjada bajo el fuego del dolor
se eleva majestuosa hacia su creador.

Buen viaje, Ruega por nosotros
Martuchina de mi corazón.

Con amor tu hermana Libia A.